Gayle Wilson - Un acuerdo escandaloso, novelas romanticas
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//-->ABC Amber LIT Converter UN ACUERDO ESCANDALOSO GAYLE WILSON Argumento: El negociante americano John Raven se llevó la joya de la temporada de Londres ante las mismas narices de la buena sociedad. Ofreció a la encantadora lady Catherine Montfort libertad a cambio de matrimonio y ella aceptó a pesar de la afirmación de su padre de que preferiría ver muerto a ese plebeyo de las colonias antes que casado con su hija. Catherine no esperaba nada de Raven, pero su enigmático y seductor esposo de nombre le hacía desear una noche de bodas de verdad. Se había casado con ella por conveniencia, pero temía que lo había metido en un buen lío. ¿Había puesto en grave peligro a Raven al aceptar su mano? © 1997 Mona Gay Thomas. Todos los derechos reservados. UN ACUERDO ESCANDALOSO, N° 153 ‐ 3.10.97 ABC Amber LIT ConverterABC Amber LIT Converter Título original: Ravenʹs Vow Prólogo Londres, 1826 —Lo que usted necesita, señor Raven, es una esposa. El hombre alto se volvió desde su posición en la ventana. Un fruncimiento leve suavizaba los labios más duros que Oliver Reynolds había visto en su vida. Con el tiempo, había aprendido que la mirada que le lanzaba John Raven en ese momento pretendía ser divertida. —¿Una esposa? —repitió el americano. —A menos —continuó el banquero con cier‐to sarcasmo—, que tenga un duque escondido en alguna parte de su árbol genealógico. O un conde. Si no es así, me temo... —no terminó la frase; sabía que su cliente lo había entendido ya. A Oliver Reynolds le pagaban bien para guiar al americano a través de los vericuetos de la buena sociedad de Londres y la solución que acababa de ofrecerle era el mejor consejo que podía darle. —Tres de mis abuelos salieron en el 45 de Escocia huyendo de los carniceros de Cumber‐land —confesó John Raven. La burla de sus ojos azul cristalino demostra‐ba su falta de embarazo por el modo en que sus ancestros habían salido del Viejo Mundo. Había nacido en el borde dela América salvaje y había visto el flujo de colonos que cruzaban la tierra en dirección al Oeste. Su país estaba cambian‐do; los grandes bosques daban paso gradual‐mente a ranchos y pueblos y sus padres y abue‐los habían contribuido a conquistar aquel mundo. —En ese caso... —comenzó a decir el ban‐quero. ABC Amber LIT ConverterABC Amber LIT Converter —Mi abuela paterna, sin embargo, era una princesa —lo interrumpió el otro con sorna. —¿Una princesa? —repitió Oliver Rey‐nolds—. ¿De la realeza, señor Raven? ¿Y de qué dinastía procedía su abuela? A pesar de su supuesta sofisticación, la nobleza británica en‐cuentra todavía fascinación en la realeza extran‐jera. —Los Mauvilla, señor Reynolds. —Mauvilla —musitó el anciano—. Me pare‐ce que no conozco a esa familia en particular. —Desafiaron a De Soto, destruyéndose a sí mismos en el proceso. Mi abuela era la última de la línea real. —¿De Soto? —preguntó el banquero. Por supuesto, había oído aquel nombre en re‐lación con la exploración del continente ameri‐cano, pero no creía que aquellos que lo habían desafiado pudieran mencionarse en el contexto de las familias reales. —¿India? —preguntó, alzando la voz sin darse cuenta. Pensó que esa herencia explicaba muchas co‐sas. El color de piel del americano, por ejemplo, aquel tono bronceado que tanto contrastaba con sus ojos azules. Y su cabello. —India —repitió en tono afirmativo. Raven inclinó la cabeza en señal de asenti‐miento. —India —asintió con suavidad—. ¿Cree que eso los impresionaría? El banquero trató de buscar el modo de ser sincero sin mostrarse ofensivo. —Yo diría que haría usted bien en cerciorar‐se de que los nobles de aquí no se enteran nunca de la existencia de su abuela. —¿No es lo bastante real para nuestros pro‐pósitos? —sugirió Raven, sentándose en el si‐llón que había ocupado con anterioridad. ABC Amber LIT ConverterABC Amber LIT Converter Oliver Reynolds observó a su cliente y com‐probó lo mucho que había mejorado últimamen‐te. Sus hombros quedaban resaltados por los tra‐jes expertos de Weston y la chaqueta que lo cubría no mostraba ni una arruga. Bajo ella se veía un chaleco francés de seda. Los pantalones cubrían su estómago plano y acentuaban la fir‐meza de sus piernas, largas y musculosas. Presentaba una imagen de elegancia en concordan‐cia con la riqueza que había llevado consigo a la capital inglesa. A su llegada a Londres, John Raven pidió consejo a Reynolds y, sorprendentemente, lo si‐guió al pie de la letra. Salvo con una excepción: la única concesión que había conseguido arran‐carle respecto a la longitud de su cabello no com‐placía a ninguno de los dos. El americano había accedido a recogerse el pelo con una cinta negra de seda, pero se negaba a cortárselo y el ban‐quero comprendió al fin por qué. —Si alguien se entera de eso, señor Raven, no necesitará una esposa sino un hada madrina o un ángel de la guarda. —¿Un hada madrina que usara su varita para convertirme en una persona aceptable? ¿O un ángel que se asegurara de que mis muchos de‐fectos quedaban ocultos bajo el esplendor de sus alas? —preguntó el americano, sin molestarse en ocultar su frustración. Había ido a Inglaterra a construir algo y en lugar de eso, se había encontrado con que los salones y clubs exclusivos se le cerraban en las narices porque era un forastero. Había visitado a sus sastres y zapateros y sa‐bía, porque no era ningún tonto, que vestía tan bien como cualquiera en Londres. Y era tan rico como el que más. Aun así, se negaban a tratar con él porque no era un miembro de su maldita sociedad. —Ya se lo he dicho. No hay un círculo más cerrado en todo el mundo —repuso Reynolds—. Están dispuestos a disculpar las hazañas más horribles de los de su clase, pero no de los ex‐traños. Debió quedarse enla India e intentar ha‐cer negocios desde allí en lugar de forzar su en‐trada aquí. No conseguirá que inviertan. —Ni siquiera quieren recibirme. Lo único que consigo son negativas corteses. Si me escu‐charan, sabrían que lo que propongo es ventajo‐so para Gran Bretaña y provechoso para los in‐versores. ¿Por qué diablos no me escuchan? ABC Amber LIT ConverterABC Amber LIT Converter —Porque usted no pertenece a su círculo. El nacimiento es el único carnet de miembro que permite entrar en esta sociedad y el suyo es ina‐ceptable. Necesita una esposa cuyo lugar en la sociedad sea tan seguro que pueda conseguirle la admisión a través de sus contactos. —¿Y cómo propone usted que convenza a esa joya para que se case conmigo? ¿Hablándo‐le de mi abuela? —El procedimiento usual consiste en ofrecer tanto dinero que su familia no pueda rechazarlo. —¿Se refiere a comprarla? —Se hace todos los días. No con esas pala‐bras, por supuesto, pero ésa es la idea general. A usted no le faltan fondos, lo único que tenemos que hacer es encontrar una mujer noble empo‐brecida cuya familia esté dispuesta a casarla a cambio de seguridad financiera para el resto de sus días. —Yo creía que la esclavitud en Inglaterra ha‐bía desaparecido con los sajones —comentó Raven con amargura—. Y no tengo intención de comprar una esposa. No me interesaría ninguna mujer que estuviera dispuesta a venderse. —Supongo que la mayoría no lo están —mu‐sitó el banquero. —¿Cómo ha dicho? —No están dispuestas —repitió el anciano con pena. —Me alegro —musitó Raven—. ¡Y pensar que llamarían salvajes a los familiares de mi abuela! No compraré una esposa, señor Rey‐nolds. Si las minas y ferrocarriles que he venido a construir aquí no se hacen realidad, la culpa será de esos bastardos. John Raven bajó las escaleras del despacho del banquero luchando por controlar su rabia. Si para triunfar en Inglaterra tenía que comprar una esposa, buscaría otro ABC Amber LIT Converter
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